qué, cómo, cuándo, dónde, por qué, quién, cuánto
Este será un tema fasciante. Este post no es de gramática, ni de dónde poner las tildes correctamente o de explicar cuándo se escribe “por qué”, “porqué”, “porque”… , al final no importa cómo se escriben estas palabras, importa cómo se viven. Bienvenidos.
Parece un poco extremo y a la vez escalofriante pensar que estas 7 palabras en español (una que otra más o menos en los idiomas que conozco - inglés, italiano, francés, holandés, portugués - ) sean la absoluta clasificación para definir el ser, el hacer, el sentir, el pensar, etc. del ser humano. Otra vez. Estas palabras son aquellas que usamos para formular las llamadas preguntas abiertas, y por ende, las respuestas a las que conllevan son siempre definiciones, no confirmaciones. Me parece escalofriante pensar que todo aquello susceptible de ser definido, solo se pueda definir usando estas palabras. En mi opinión muy personal y sin ningún tipo de soporte teórico, diría que son apenas las 7 maneras que hemos encontrado para realizar la acción de definir algo, pero ojalá y algún día llegara yo a conocer al menos alguna otra. Si hay alguna persona acá presente que conozca alguna palabra de este tipo fuera de este marco, en otro idioma, registrada en otro periodo de tiempo, usada en algún texto de cualquier clase, le agredeceré que me la comparta. Si este párrafo es aún confuso, no importa, estas palabras las considero importantes y ya verán por qué.
Hace varios años descubrí que la pasión de mi vida era mi trabajo, que no existía otra cosa en el mundo que me llenara más que lo que hacía día a día con tanto esfuerzo y dedicación. Sí, pasión por el trabajo. Cada noche me acostaba a dormir esperando que llegara el día siguiente para seguir superando retos y haciendo cosas que me hacían muy feliz en mi trabajo. Tenía mi energía mental en su punto más alto y cada día parecía que generaba más y más, no había límite. Mi risa, mi felicidad, mis resultados, todo hablaba por sí solo. Mi felicidad no tenía que contarla, yo la vivía convencida.
Conocí la pasión de mi vida estudiando estadística en la Universidad Nacional de Colombia. Jamás alguien que me hubiera conocido antes de mis 19 años habría pensado que ese era mi destino, ni siquiera yo, pero gracias al profesor Numael Ramirez que me dio esa idea para mí aleatoria, terminé encontrando aquello que sentí que quería hacer toda mi vida.
Cuando me gradué de la universidad, empecé a trabajar en el Centro Nacional de Consultoría, una empresa que llevaré siempre en mi corazón, por lo que conocí, lo que aprendí, lo que aporté y por la gente con la que trabajé. Siempre había pensado que los jefes en una empresa no eran nada especial ni personas a quienes admirar, pero el CNC me mostró todo lo contrario. Sin embargo, era tan grande la obsesión que tenía con mi carrera que no me aguanté las ganas de buscar la oportunidad de estudiar en el exterior y dejé el CNC. Lo más bonito es que ellos nunca me dejaron a mi.
Estando en el exterior estudié y luego empecé a trabajar después de terminar mi maestría, la cual, por cierto, no fue, para mí, altamente satisfactoria. Quería hacer el doctorado pero no me sentí preparada y decidí volver a la industria. Nunca me ha molestado la idea de ser empleada ni de cumplir horarios, con tal de poder pensar y proponer. Esta empresa en este otro país que empieza por B y termina en cerveza, tenía la misma razón social que el CNC, así que conocía muy bien el trabajo y además mi perfil profesional era en realidad avanzado para lo que ellos estaban solicitando. No obstante, la relación con mi jefe fue un desastre. Sí, un desastre, tanto por él, como por mí. Dicho esto, la pasión por mi trabajo se empezó a ver demasiado comprometida después de haber tenido un tiempo poco o nada placentero en la maestría y estar trabajando en algo que no me estaba haciendo feliz y que me empezó a generar serias frustraciones.
Acumulé tres años de chascos mientras todo seguía girando en torno a mi trabajo. Evidentemente se convirtió en una obsesión de la cual todos se dieron cuenta, incluso desde muchos años antes, menos yo. Nunca lo sentí así, al menos por fortuna para mí, porque en realidad siempre sentí que lo hacía todo por amor. Puro amor. De nuevo, porque en realidad siempre sentí que lo que hacía, era todo por amor. Exacto, siempre fue el “qué”. Ese “qué” que me levantaba diariamente en Bogotá, ese “qué” que me daba motivación infinita, ese “qué” que existió antes de salir del país, nunca existió ni tampoco jamás existiría en Bélgica. Esto quiere decir que mi pasión por el trabajo se sustentaba en un gran porcentaje en el “qué”, en otro tanto en el “por qué”, y cuando ese “qué” tal como era antes desapareció, yo me quebré y ustedes ya seguramente habrán leído sobre eso acá . Con gran obviedad, en mi mente la solución para recuperar aquella motivación estaba en regresarme a Colombia. Eso pensaba yo excepto todos los demás. Esta parte de la historia importa, pero no ahondaré ahí, ahondaré en las palabras importantes.
En un proceso de algunos meses fui descubriendo que la palabra para definirme no era el “qué”. Yo seguía teniendo una actividad laboral acorde a lo que estudié. Tampoco tanto el “por qué”, definitivamente no podía ser el “cuánto”, tampoco el “cuándo” ni el “dónde”. El “quién” vendría después. Fue cuando descubrí que definitivamente era el “cómo”. Es así como cada uno tendrá una distribución de porcentajes en estas palabras para definirse a sí mismo, para definir su ser, su hacer, su sentir, su pensar, etc.
Esto ocurrió en el medio de una depresión de esas reales. De esas depresiones que toca ir al médico y todo lo demás. Estaba yo un día lavando los platos en la cocina, y pensando. Estuve muchas veces haciendo esta misma actividad pensando, pero nunca antes había podido entenderlo como lo entendí ese día. Los quehaceres de la casa siempre me habían producido enojo, desgaste, un poco de rabia y desperdicio de mi tiempo. Los hacía, pero con mucha pesadez mental y prisa, ansiosa por terminar. Como estaba en medio de una bruma mental, esos quehaceres me generaban un descontento incluso más alto de lo normal. Fue entonces cuando pensé: “yo puedo lavar estos platos con fastidio o sin fastidio … “. En ese momento recuerdo haberme detenido una hiper fracción de segundo y continué “ … y, ¿eso de qué depende?, porque en realidad me gustaría hacerlo sin tal fastidio… un momento… eso solo depende de mí”. Efectivamente. Fue ahí que entendí el potencial que tenía para mi la palabra “cómo” sobre la palabra “qué”.
A partir de esa bella relación que construí con los trastes de mi casa, con el lavar de los baños y cocinar gracias al “cómo”, encontré la razón por la cual era tan feliz antes y que nunca supe. Todo lo que me producía felicidad era la manera como abordaba mis actividades profesionales: con amor, con buena energía y dedicación. La diferencia era que yo no había tenido que aprender a amar lo que hacía, eso se dio solo. Pero ey!, ya he hablado antes que uno todo lo puede aprender en cualquier momento de la vida. Fue entonces cuando decidí (sí, aprender algo necesita de una decisión) que volvería a aprender a hacer las cosas con amor, sin importar tanto lo que haga, sino cómo lo haga. Opté entonces por la idea de que lo que más quiero recordar de mi cuando sea vieja, es que sienta que lo que trabajé, lo trabajé con dedicación y que todo aquello que produje, lo produje con amor y buena energía.
Y así como yo, habrá otros para quienes lo más importante sea el dónde, otros muchos para quienes lo que más importa es el cuánto, y otros como yo que pensábamos que era el qué más que todo, cuando en realidad fue el “cómo” lo que me salvó no solo la motivación y la felicidad, sino también la vida misma. Hoy en día la pasión que tengo ya no es solamente por mi trabajo y mi profesión, sino por todas las actividades que hago a diario, por mi hogar, por mi vida, por todo.
¡Les agradezco sus minutos de tiempo y buen vivir para todo el mundo!